Get your motor runnin’
Head out on the highway
Looking for adventure
In whatever comes our way
Tomábamos unas cañas en el Vino y Rosas. Comentábamos la aventuras previas. Reíamos, disfrutábamos con el análisis. Cómo fue, cómo podía haber sido. Nada nos hacía pensar que esa misma noche íbamos a vivir otra aventura, otra aventura incompleta. Las aventuras incompletas puede que sean las mejores. Son aventuras que ya nunca se podrán desidealizar.
Pagamos la cuenta. Nos dirigimos al santuario, al Tocateja. Fue entrar en el bar y la mesa se divisaba sola.
—Paco, ¿has visto la mesa de la derecha conforme se entra? Le pregunté.
—¡Ostras! Interpeló.
La sonrisa cómplice de Paco lo decía todo. A estas tres divinidades les faltaban unas alas de algodón en la espalda para poder ser confundidas con tres ángeles de Victoria Secret. Lo hicimos bien. Nos sentamos primero de cara a ellas, luego de espaldas a ellas. Ese día conocíamos a mucha gente. No parábamos de saludar a unas y otras. Nos hacíamos los interesantes, éramos interesantes.
Rafita se acercó con mucho arte. Había que tener muchísima confianza en uno mismo para acercarse a esa mesa. Nos abrió una puerta de oro. Luego, al cabo de un buen rato, me acerqué yo. Me senté con ellas y hablamos. Eran holandesas pero hablaban muy bien inglés. Estaban de “gap year” viajando por el mundo y tratando de averiguar qué querían hacer con sus vidas. Una dijo que quería estudiar Economía. Yo le dije que era profesor de Economía. Llamé a Paco, se sentó a la mesa. La conversación fluyó.
Cerramos el bar cantando “Born to be wild”, un clásico en estas noches. Nos fuimos a bailar. Después de una dura partida de ajedrez nocturno entre cervezas, miradas cómplices, bailes, caricias y besos mi noche acabó en el Pub la Estrella, bailando pegadísimo a ella. Ya no recuerdo bien el rostro de la holandesa; pero, si cierro los ojos, todavía puedo sentirla. Esta fue una noche de aventuras, una de esas noches en las que las diosas bajan de su olimpo y se entremezclan con los mortales.
