La italiana

Disfruto mirarte

Cada movimiento

Un vicio que tengo

Aquel día era día de “lavoro”. Tocaba hablar de la creación de riqueza, dónde se crea, cómo se reparte. ¡Qué placer que es la docencia! En mi caso, esta tarea se resume en tratar de romper los esquemas cognitivos previos del alumnado, despertar su curiosidad por leer, por debatir, por aprender. Parece que este año lo he conseguido.

Pero hoy no vengo a hablar de este “lavoro” sino del “lavoro” de la ilusión, del sentir. Esa mañana, antes de entrar en clase, me encontré a un compañero, uno de los grandes, de los que leen, de los que sienten, de los que viven. No estaba bien. Según me contaba, estaba teniendo problemas para dormir. Acaba de pasar por una ruptura sentimental. De todo lo que me contó, hay una cosa que me sorprendió. Extrañaba a su pareja, porque cuando dormía con ella, el simple contacto de una pierna con la otra, sentir ese calor, le bastaba para encontrar la paz, le bastaba para dormir bien. Las relaciones de pareja dan eso, paz y equilibrio.

Aquella noche yo tenía una cita y sabía que la cosa no estaba fácil. Cenaba con esa chica italiana, esa que le da título a esta historia. Pero esto no es una historia inacaba, esto es una historia imposible. Es una historia que no puede ser. Pero es una historia bonita, una historia que me ha hecho sentir, una historia que me ha hecho vivir.

La italiana es una chica de belleza natural, una chica que nunca lleva maquillaje, una chica segura de sí misma. La italiana domina las distancias cortas, una chica de lenguaje cariñoso—verbal y corporal. La italiana es una chica feliz, responsable, con las cosas claras, pero tranquila, de espíritu bohemio, de espíritu hippie. Aquella noche, la italiana ofrecía su mejor versión. Su rodilla tocaba mi pierna durante toda la cena. Esto lejos de tranquilizarme, me aceleraba el corazón. Su mano acariciaba mi pierna, y su sonrisa me cautivaba. La noche acabó en un paseo bajo la lluvia sin importarnos el agua. La noche acabó enfrente de su casa fundidos en un abrazo. La noche acabó con un mensaje de whatsapp, diciendo que la cosa no podía ser.

Como dice esa canción de adolescentes, “quería darte un beso” y “perder contigo mi tiempo…” No pudo ser, pero quiero seguir enamorándome, y llegar a los 80 siendo un eterno adolescente.

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